Llovía a ráfagas, el agua caía desde otros cielos más altos,
como si se hubieran elevado las nubes. Son esas tormentas que no esperás
entonces te empapan. Y así vine al Mundo: tan triste, tan cansada y enseguida
me acomodé -no me quedaba otra-. Me mimaron, me abrazaron y yo quede en
silencio y quietud por un tiempo largo, un par de meses. Era raro, pues lo
niñitos deberían llorar y patalear. Yo había regresado una vez más aquí, quizá
mi orgullo haya tenido que ver con esto. Quietita, como una tumba, sabia,
chiquita, yo me quedaba.
Treinta y un años después, la misma lluvia, mil amores, una
luz que comienza a crecer muy fuertemente luego de tanta penumbra y de tanto
caminar a ciegas con un fósforo en la mano, quemándome los dedos.
Y aquí hablando, cantando, bailando, habiendo aceptado mi
existencia, habiendo disfrutado… haciéndome cargo de todo lo que me pasa, de
todo lo que te pasa. A cada segundo, a cada instante. Estando triste cuando me
viene, enojada con quién esté enojada, alegre con la vida, amando a muchas
personas, temiéndole a Dios como siempre… La perfección no existe, es sólo una
ilusión cultural y las manchas son lo que hacen al tigre.
gracias.
La perfección se presenta como inconclusa
ResponderEliminardice el Tao Te Ching, y yo lo creo.
Que siga creciendo esa luz entonces...
Gracias. Gran libro... el tao
ResponderEliminarComo aquellos que no se entierran, sino que se siembran. Usted no nació, llovió. La abrazo, for ever.
ResponderEliminarLo mismo para usted
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